
LA TENGO AQUÍ.
La tengo aquí, como una lisonja venerada,
atesorada en algún sitio,
asombrada e inmóvil,
emitiendo recuerdos, sobreviviente,
buscándome a tientas,
bloqueada por los signos brumosos de la edad,
la cola de su certidumbre
se hace menos que nunca sombra y duda,
desde allí contempla las vivas caricias,
los pasos de baile deshilvanados,
los ordenados sueños en los estantes,
los besos junto a la amable puerta
semiocultos de olvido,
convalecientes del paso de toda una vida.
Mujer amada siempre, de juventud oculta
que aún se resiste a marcharse,
mujer, beso en los ojos y temblor en los labios
de mi edad vivida,
flor y pájaro de sombra perdida en estos cuerpos
que son colmados con una simple caricia.
Cuando empezaste a mustiar tu rojez
hace tantos años,
me pareció morir como sin sangre,
me quedé con un corazón a medio ritmo,
pequeña muerte protestada
que me congelaba deseo y ansias,
abrazado a los barrotes del deseo,
avistaba desde mi ventana
el alejamiento de la carne,
el edén que quedaba atrás
para dejar desnudos los ángeles del amor
sin su andamiaje de lujurias y cielos
consumidos en humo.
Cuando empezaron a desaparecer tus flores
como en un espejismo,
a desaparecer sin últimas voluntades,
tus alas, perdurables al olvido, se quedaron conmigo.
Ahora te tengo aquí, atesorada, al lado mío
para ser corona de mi tumba.
Estás aquí limpia de las impurezas de la sangre,
como un manto blanco de lirios.
Estás aquí, en el eje mismo de mi alma,
al sur de la lejana concupiscencia
que apagó su trazo firme
en una pared de humo.
He recobrado la brújula sin el engaño de los sentidos,
tú me indicas el norte verdadero,
y soy superviviente contigo,
desbloqueados los ojos al desinteresado amor
en nuestro actual sueño sin olvidos
para superar la muerte privada de cada cuerpo.
Pepe Martín
No hay comentarios:
Publicar un comentario