
TERREMOTO
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
(Cesar Vallejo).
Caballo, caballo negro, caballo.
Hay desastres en el mundo… ¡que vaya, vaya!
Caballo hijo del odio,
que remueves las entrañas de la tierra,
caballo de grietas y temblores,
devorador de vidas y almas.
Hay desastres en el mundo… ¡que vaya, vaya!
Moviendo está la ruina sus sombras siderales,
la negrura más firme asola el progreso,
el miedo seca al mundo cuando relampaguea.
¿Quién revienta?
¿Quién sufre una muerte de cristales?
Caballo imán poderoso que comes edificios,
eres dueño de un sentimiento hostil que sobrecoge,
tus patas de acero muelen el cemento
rajando como papel el duro asfalto,
tus febriles incisivos ramonean la vida
sembrando confusión y desesperanza,
resaca de todo sufrimiento.
El terremoto está en su obra,
del abismo ha salido con su sumo de muerte
de polvo, agua, fuego, hierro y piedra,
el caballo suda muerte con su fiebre de desastres.
¿Quién sufre dolor de alambre
por los escombros sin calle?
Heraldo de Apocalipsis,
Anticristo de las almas,
abres zanjas, derrumbas piedras
arrasando a una civilización de mantequilla
mientras tu pesado lomo
es cabalgado por la muerte.
Tú abres el pozo de la blasfemia
de alguna fe profunda que de tus actos reniega,
tus pisadas sangrantes son el ascua
que en la trampilla del infierno nos quema.
Víspera del averno,
tu sombra exige relámpagos de vidas,
quiere fundidas las gargantas
con todo un firmamento de notas ateridas.
Y aunque arriba se acumulan los luceros,
abajo la muerte paladea su sabor a tuétano
que brota de su amasijo de ruinas
y del hambre galopante estremecida.
Caballo, caballo negro, caballo,
como un huracán de enloquecido lecho,
repartes sed, derrochas hambre,
propicias la rapiña y el engaño,
este es el pozo de tu sangre difundida.
Tú provocas el abrazo cerrado del cemento
y enciendes la noche con tu sorda hoguera
de gaseosas llamas y eléctrica embestida
para que a tu alrededor
el grito suene como una trompeta.
Amasijo de maderas, animales y hombres
la mar vomita sus orillas,
el abismo devuelve el ardor de su intestino.
¿Quién no teme al sunami y su acogida?
Demacradora de gestos,
se espera la réplica
como una pantera que traiga la muerte
sobre los techos.
Y uno dice: -no es ahora-,
cuando aparece hambrienta
con su terrible aliento
machacando lo machacado.
Hay desastres en el mundo… ¡que vaya, vaya!
Pepe Martín.