jueves, 31 de enero de 2008

VEN A MÍ




Ven, ven,ven niña hacia mí,
con tu palabra de cintura rota,
con el idilio del viento en las hojas,
como una sangre quemada en el aire,
como un deseo que no quiere desaire,c
on la dulzura salvaje de la mora,
a mi reloj que adelanta las horas .
Ven, ven,
niña, ven a mí,
como aroma su aire la rosa,
como en el baile se canta la nota,
encendamos las bocas en gemidos
y que el aliento demos por perdido.
Ven a mí.

DESESPERANZA


¡Me duele más la perdida juventud
que la vejez en la espalda!
Ahora estoy condenado
a descorrer oscuridades
por los aplazados “flash”
de mi juventud perdida.
El tiempo es una distancia
de velos, sombras y olvidos.

Entre la pena y la rabia
vivo esta existencia serena
encontrando consuelo en una vida
que ya, gota a gota se me cae.
Tengo en raíz tajante
lo quedado y lo ido,
y siento que cuanto es mi presente,
es lo agraviado.
¡Oh, juventud, rosa ingrata,
que a quien más te aprecia hieres
por las fronteras del tiempo espino!
Murió la joven rosa,
pero me dejó sus pétalos disecados
en el viejo cuaderno de mi vida.
Quise frenar tu marcha
entre ficticias pasiones…
hasta que colgó mi carne de mis huesos
como una gabardina.
Heme aquí dispuesto y avariento
para vivir lo exactamente necesario
en esta vana fatiga
de remodelarme a mí mismo,
voraz de vivir a cualquier precio,
aunque sentado en la tranquila complacencia
de mi edad achacosa.
Seguiré perseverante
en el desastre progresivo de mi cuerpo,
con él instalado
en una amnesia general de primaveras,
con mi ser instalado
en una estructura de mutaciones flaqueantes.
Al otro lado de la pared
quedan lirios y crisantemos,
y yo desde este lado me afano inútilmente
en emparedar su ventana.
Aún me encuentro anclado en la vida
consciente de que he sido su accidente.
Soy como un error no previsto en el futuro.
Y al límite de la carne
me ausculto las venas en la cólera triste
del que más pronto que tarde,
será desahuciado.
Por la cerradura mortal de mis años,
la muerte ojea su apertura
comiéndoseme hasta los huesos
para que queden de escayola,
en una calvicie de dientes de plástico,
de mirada inquietantey profunda,
sin ojos que oculten la descortés desvergüenza
de una despedida sin tiempo.
¡Me duele más la perdida juventud
que la vejez en la espalda!