jueves, 4 de diciembre de 2008

UN HOMBRE




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A Miguel Hernández.



Un HOMBRE
despegado de las cosas de este mundo,
sin provisiones ni mochila.
Una foto de diario en la basura
y una celda en la frente abanderada.
Una pluma en su mano como arma
y una idea atómica en su mente.

Un HOMBRE
hace su camino a su modo
aunque la tierra le quema,
pero jamás aparta a un lado su corazón achicharrado,
porque sus pies obreros
siguen poniendo los puntos sobre las íes
aunque reviente en su presidio.

Un HOMBRE
tiembla ante su acaso imprevisto que el ánimo conmueve.
Tras el grave gozo patrio de apuntalada euforia
se arropa la conciencia libre.
Pero ya culebrea el verdugo su escarnio
bajo su concha de caracol
con su baba de risas.

Un HOMBRE
se arruga en su sótano de pesadilla
masticando su sangre y su enfermedad,
dejando la luz para las ventanas
como ocurre en los países en guerra.

Un HOMBRE
ve una sombra de arena escurrida por su mano,
es el soplo de su fantasma pueblo,
soledad de espacio cerrado y maniatada libertad,
mujeres ultrajadas,
hijos descarnados de su gente
vaho de un cielo congelado,
cadenas de amor en espiral
y orgullo del padre cargado de desesperación
en la mochila exhausta.

Un HOMBRE
ve que la noche de la calle
traiciona al patriota,
aviva el paso de la injusticia
mendigando por las puertas algún que otro inocente
para el traidor desquite.

Un HOMBRE
hace que la celda se quede estrecha
para un dolor tan grande
y una patria tan chica,
orgullosa sin su paz,
bombardeada de bofetadas
y terrores de abismo
sobre el pueblo cuadriculado de barrotes
y tumbas anónimas.

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