martes, 12 de enero de 2010

LA TENGO AQUÍ


LA TENGO AQUÍ.


La tengo aquí, como una lisonja venerada,

atesorada en algún sitio,

asombrada e inmóvil,

emitiendo recuerdos, sobreviviente,

buscándome a tientas,

bloqueada por los signos brumosos de la edad,

la cola de su certidumbre

se hace menos que nunca sombra y duda,

desde allí contempla las vivas caricias,

los pasos de baile deshilvanados,

los ordenados sueños en los estantes,

los besos junto a la amable puerta

semiocultos de olvido,

convalecientes del paso de toda una vida.


Mujer amada siempre, de juventud oculta

que aún se resiste a marcharse,

mujer, beso en los ojos y temblor en los labios

de mi edad vivida,

flor y pájaro de sombra perdida en estos cuerpos

que son colmados con una simple caricia.


Cuando empezaste a mustiar tu rojez

hace tantos años,

me pareció morir como sin sangre,

me quedé con un corazón a medio ritmo,

pequeña muerte protestada

que me congelaba deseo y ansias,

abrazado a los barrotes del deseo,

avistaba desde mi ventana

el alejamiento de la carne,

el edén que quedaba atrás

para dejar desnudos los ángeles del amor

sin su andamiaje de lujurias y cielos

consumidos en humo.


Cuando empezaron a desaparecer tus flores

como en un espejismo,

a desaparecer sin últimas voluntades,

tus alas, perdurables al olvido, se quedaron conmigo.

Ahora te tengo aquí, atesorada, al lado mío

para ser corona de mi tumba.

Estás aquí limpia de las impurezas de la sangre,

como un manto blanco de lirios.


Estás aquí, en el eje mismo de mi alma,

al sur de la lejana concupiscencia

que apagó su trazo firme

en una pared de humo.


He recobrado la brújula sin el engaño de los sentidos,

tú me indicas el norte verdadero,

y soy superviviente contigo,

desbloqueados los ojos al desinteresado amor

en nuestro actual sueño sin olvidos

para superar la muerte privada de cada cuerpo.


Pepe Martín

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