viernes, 19 de septiembre de 2008

A LA HIJA DE LA TIERRA



Diosa Madre que estás en la tierra,
fermento de los cielos y las aguas.
Perla que zozobra en tu propio firmamento.

Diosa Madre crisálida de vida,
ánade dormido en tu lengua
cuyas plumas dan aliento a cuanto existe.

A ti entono mi canto en acción de gracias,
alba que adorna mis hojas,
como arca depositante de tus hijos
bañada en el canto de tus aves.

Heme ante ti diosa fémina del mundo,
ojo nacarado de la noche,
vestida con la túnica rosada de mi carne
y adornada de la sobreveste de jaspe de tu luna.

Con mis bordados de arterias enramadas
alimento y placenta de los vivos
coronada de soles y de estrellas,
cresta de fuego de tus zánganos
engarzados en mi diadema de vida.

Heme aquí adornada con tus símbolos,
los dos senos depositarios de tu savia
como collares prendidos a mi cuello
donde pueda calentar a mi esposo.

Con mi vientre abierto como arca sagrada
para que obres en él el milagro del hombre y su alma
y se encienda en mí con tu aliento una llama perpetua
que nunca se extinga.

Heme aquí como el imán que despierta el celo
por el que obras tus milagros
por los silbidos del aire,
espejo donde se ve mi compañero
tu siervo y adorante.

Gozaré para ti en mística danza circulante
en una primavera adornada de diamantes y flores,
como hembra y sacerdotisa de tu espíritu corpóreo
que derrama sus manos por los montes de mi pecho
haciendo brotar los sarmientos
del mosto vital que por ti bebo.

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