miércoles, 2 de mayo de 2007

MUJER, ESPOSA Y MADRE


Loreena McKennitt - La Serenissima



Sobre las faldas del mar,
bajo la espalda del viento,
aquí sentado a la orilla de mi vida
viendo cómo se pretérita mi camino,
voy a pasar de los santos hipócritas
cubiertos con el ataúd de su túnica
para ser tu idólatra convencido.

Vengo a adorarte mujer, esposa y madre.
A ti, que ya tienes los ojos secos,
pero nunca difuntos.
A ti, madre antigua, humus negro y tierra fértil.
A ti, dueña de la gruta y fuente de lo creado
donde se arrojan uno a uno
los exvotos del milagro de la vida.
A ti vengo a alimentarme en tus pechos
de vestal virgen y piadosa
para beber la leche sacra de tu cariño,
a sabiendas de tu amor ciego
que me exculpa aun sabiéndome reo y condenado.

Vengo a adorarte con hechos
porque las palabras bucean en el aire
y se ahogan en los silencios…
sólo el salvavidas del oído las socorre.
Vengo a ti borracho de pasión
y sobrio de ingles.
Vengo a entregarte el pino sagrado de Atis,
esta raíz florecida que es el tallo del mundo.
Vengo a ofrendarlo a tus manos
de tacto febril tan parciales por mi piel.
apasionadas como ansia de vida.
Vengo a bañarme en tus ojos de noche acunada
de quien eres alga en el fondo,
y donde dispones tus imanes irresistibles.
Ojos de vértigo donde mirarse uno en su abismo.

Tienes la candela de la vida encendida en tu vientre.
Tu sexo es lirio negro florecido en vida
antes que la muerte y los tiempos.
Tu sexo, cuenco de la semilla del mundo.
Tu sexo, santuario de Ceres, Isis, Cibeles,
donde cumplen sus nupcias la vida con la muerte,
Tu sexo, corona sacra del pubis
Gruta creada en devoción a la Madre Tierra,
ruta peregrinada en recolecta del hombre
donde mora la fuente de su existencia.
Tu sexo neolítico de fibras en tensiones de piedra sacra.
Tu seno en el placer sufre los espasmos
del parto terráqueo,
aportando su lava de jugos apremiantes.
Tu vientre se ondula como las colinas en un seísmo,
y palpita como las placas continentales en fricción
llorando su fuego para cebar al varón en su lava.

Cuando yo muera,
dejadme bajo la cama de su dolmen,
porque ella tiene la medida exacta de mis huesos.


Pepe Martín

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