Deja que vuelen sobre mí las mariposas de tus manos,
invade lento el jazmín de mis dominios,
siéntete ciega buscando a tientas en mis pulsos
y entrégame en la boca el ave que surge de tu aliento
que entre mi sangre en súbitos e inmortales giros.
Retrasa mi respiración aliento por aliento
y haz que responda tu piel fielmente
al relincho estremecido de mi sexo erecto.
No me corras, ¡vida!
No me corras, ¡vida!
y aprisióname en tus suspiros.
Recorre largo los pliegues de mi cuerpo
que quiero ser la cuerda entorchada en resonancia
del arpa de tus susurros.
Incendia las esquinas de mi cama
y envuélveme,
avasállame lenta en tu camino.
Detente en mi límite más sensible
y modela mi arcilla de pecado.
No me corras. ¡vida!
No me corras. ¡vida!
Tápate los ojos para sentirme pleno
y que la luz no te distraiga.
Dame el primer día en el Paraíso
pecando espeso en tu carne de lujuria.
Siente en ti la irradiación de mis brasas
que emigran a apagarse a la orilla de tu cuerpo.
Enciende lentamente las rosas de tus yemas
que tinten de escarlata ígnea tu sangre,
que se comporten como mechas impacientes
que anhelan reventar tu pólvora en mi costado
con metrallas de pasión inevitable
despojando mi martirio en tu deseo.
No me corras, ¡vida!
Pepe Martín.
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