miércoles, 2 de mayo de 2007

LE ADIVINE UNA SOMBRA


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Su temple es de una reina…
A sus pies quedé rendido
con la sonrisa del ángel
que enciende el niño dormido.

Ella es apocalíptica,
pero me iluminó tanto
que mis bombillas del alma
fueron sol en lo más alto.

Era su rostro sereno,
era su mirar tan claro
que mirando al sol de frente
lo rendía en el ocaso.

Me juraba y perjuraba,
decía su amor tan puro,
que a la pureza más limpia
comparaba al inframundo.

Le fui ministro y beato,
adoré tanto su cuerpo
que mis células besaban
la huellas que ella iba haciendo..

¡Vive Dios, qué bien lo hacía!
ella me dio tal dulzura,
que al sentirla por mi sangre
fermentó como la uva.

Se decía ser mi esclava,
decía que me quería
pero mi yo más angélico
sospechaba lo que había.

Le vi una nube en sus ojos,
le vi el chal de la duda,
y mis murallas más altas
se cayeron una a una.

Y llegó lo que temía,
le adivinaba una sombra
que por ser inexplicable
se hizo la piel de una cobra.

Y me cubrieron las sombras,
y se me apagó la luz
que mi amor hubo pulido
de tan opaco trasluz.

Se me quebró la palabra,
y era mi verso tan llanto
que las aguas de la mar
parecían un secano.

Me hizo presa la angustia,
yo vi mi cuerpo tan muerto
que se me hicieron esponjas
las paredes de mis huesos.

Verdugo de amor eterno…
que me has dejado en la nada
sobrenadando este hueco
que por nada no se acaba.

Pepe Martín

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