No vengas a mí, amor, como te fuiste:
agua helada que no apaga mi fuego...
cuando enciendes mis labios te vas, luego,
entre brasas mi piel ya no resiste.
¡Sí, en qué grave a prieto me pusiste
al ser desatendida en mi ruego!,
pues me vino a la mente un febril juego
que si se lleva a cabo el hombre embiste.
Muero de este, mi grito tan ansioso...
mi corazón desea estar bien vivo,
catalizar en hechos lo brumoso.
Pero te vas de mí cual fugitivo
para anular en mí cualquier reposo,
y al diablo que hay en mí, ya no motivo.
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